I N S T I T U T O O S C A R M A S O T T A 2
D e l e g a c i ó n R í o G a l l e g o s
EL DUELO DEL ANALISTA
(Texto
publicado en el diario La Opinión Austral, el día 29 de Abril de 2015)
Autor: Lic. Ariel San Román
(Responsable Local de la Delegación Río Gallegos del I.O.M.2)
(Responsable Local de la Delegación Río Gallegos del I.O.M.2)
En
“El Seminario 08 - La Transferencia” (Ed. Paidós, Bs. As.),
Jacques Lacan se sirve del análisis que realiza del “Banquete”
de Platón, para desentrañar la lógica del fenómeno de la
transferencia enunciada por Freud.
Cuando
un sujeto realiza una demanda de tratamiento, podemos encontrar que
la modalidad subjetiva con la que venía sosteniendo su existencia
hasta ese momento, se ha transmutado, modificado, desfallecido, etc.
Las contingencias de la vida, lo ha confrontado a un punto crucial
particular ante el cual no puede ubicar, esbozar o construir una
respuesta que lo saque de la Angustia. En otras palabras, a
confrontado con la falta fundamental que nos constituye como sujetos
divididos por la castración: no somos seres completos, poseedores de
todas las respuestas. Más bien nos constituye una falta en ser,
falta que intentamos -bajo diversos medios- obturar.
Esa
falta radical del ser, es crucial al momento de pensar el fenómeno
de la transferencia.
Lacan,
en el seminario citado, formaliza a la transferencia como el momento
donde el analizante, en la búsqueda del objeto de su deseo, de
aquello que vendría a completarlo en su ser, se introduce en la
relación analítica en la posición del eromenós,
es decir el amado. En su intento de hacerse amar (en toda la amplitud
de su resonancia) por el analista, ubicando a éste como amante, el
erastés,
el analizante introduce la dimensión del engaño.
¿Cómo? Haciéndole creer al analista que él poseería aquél
objeto privilegiado –y radicalmente perdido– que causa su deseo.
Es por ello, que la simple pregunta dirigida al
analista, “dígame, ¿qué tengo que hacer?”, nunca es inocente.
analista, “dígame, ¿qué tengo que hacer?”, nunca es inocente.
En
esta estrategia del engaño, al analista se le supone la ciencia
sobre lo más íntimo del sujeto, sobre aquello que a él le falta y
demanda en análisis. Pensar la trasferencia como engaño, tomando
como modelo el amor, es establecer que en ella el analizante intenta
persuadir al otro (en este caso al analista, pero es extensible al
resto de las relaciones amorosas, sean estas tiernas o sensuales) que
tiene aquello que puede completarlo, asegurándose
de esa manera seguir ignorando qué le falta.
Por
ello, la Tranfernacia -desde esta perspectiva- se opone a la
revelación. Es la vertiente del amor, cuya función esencial es la
del engaño. Pero no, como sombras de viejos engaños del amor (aquí
Lacan se diferencia de Freud), sino que ella es aislamiento en el
paciente en el presente [aquí y ahora] de su puro funcionamiento de
engaño.
Si
la transferencia, en este sentido, apunta a la ilusión de la
completud (aunque sea en potencia) narcisista del sujeto, entonces el
análisis debe reconducirlo a ese punto de falta en ser, donde el
sujeto debe reconocerse.
En lugar de encontrar lo que viene a buscar -que se lo mantenga en la
ilusión que el va a poder obtener lo que le falta-, el analista
tiene que procurar que encuentre Otra cosa, precisamente el punto de
la falta misma, aquello que lo causa como sujeto deseante.
Ello
es lo que permitiría operar lo que Lacan denomina la
metáfora del amor,
la “significación del amor se produce en la medida en que la
función del erastés, del amante, como sujeto de la falta, se
sustituye a la función del eromenós, el objeto amado, ocupa su
lugar” (Op. Cit., pág. 51). El analizante pasará de ocupar la
posición de objeto amado, de ser amable al analista, de buscar ser
amado por el analista, a una posición de amante en la búsqueda de
ese objeto que le falta, y amará ese objeto que supone tiene el
analista. El analista, aquí radica su importancia, cobijará el
objeto de amor del analizante.
Lacan
afirma que la complejidad del fenómeno de la transferencia lleva a
no reducir todo a la posición que ocupa el analizante en el
dispositivo analítico, sino que hay que articular de modo decido la
cuestión del deseo del analista: “las coordenadas que el analista
ha de ser capaz de alcanzar para (…) ocupar el lugar que le
corresponde” (Op. Cit., pág. 361), lugar definido en tanto el
analista no responde a la Demanda del analizante de ser completado.
Es por ello que el registro donde opera el analista es el de la
Versagung
freudiana, es decir: el de
la privación.
El
lugar puro del analista es el lugar del deseante puro, lo que le
permitirá escamotearse él mismo en la relación con el otro, de
cualquier suposición de ser deseable, de caer en el engaño de que
él verdaderamente ocupa el lugar de Ideal (aquél que todo lo puede
y todo lo sabe) que el analizante le ofrece a ocupar. El
analista sabe que el en el campo del ser, el amor sólo rodea la
falta que constituye al sujeto, y que no hay ningún acceso a un
complemento absoluto que remedie la castración.
Es decir, que no hay ningún objeto “que valga más que el otro”
(Op. Cit., pág. 440).
Y
es en este punto que Lacan nos advierte que si bien es necesario que
el analista sepa algunas cosas, con saberlo no se resuelve la
cuestión fundamental para operar con la transferencia. Sino que es
necesario que el analista realice un duelo con respecto a este
imposible de acceder, ya que ello le va a permitir implicarse en su
función, es decir operar, en el dominio de la privación.
Y
para ello, es indispenable, fundamental, dimensión ineludible, el
análisis personal -y llevado hasta las últimas consecuencias- del
analista. Punto capital, junto a la supervisión/control y el estudio
decidido y permanente, en la formación del analista.
Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
Informes: (02966) 15459476 – 15466777 – 15690793
E-mail: bapriogallegos@gmail.com
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