miércoles, 9 de octubre de 2013

Neutralidad en Psicoanálisis - Octubre de 2013

I N S T I T U T O   O S C A R   M A S O T T A
D e l e g a c i ó n   R í o   G a l l e g o s


NEUTRALIDAD EN PSICOANÁLISIS
(TEXTO COMPLETO)
(Texto publicado -parcialmente- en el diario La Opinión Austral, el día 09 de Octubre de 2013)

Autor: Lic. Ariel San Román
(Responsable del I.O.M.2 - Delegación Río Gallegos)


A- Un tema relevante a la práctica psicoanalítica, es la posición que ocupa el analista -al momento de sus intervenciones en la dirección de la cura- frente a su paciente. Freud advertía a los practicantes, sobre el peligro de ubicarse como un Ideal a alcanzar por parte del sufriente. Lo que llevaría a querer dirigir ya no la cura, sino la vida, acciones y decisiones de los paciente. A esto, la imposición de un modelo sobre qué es estar sano, un excesivo querer el bien para el paciente, donde el “bien” es el Ideal de lo que el terapeuta cree lo que es correcto, más alla de la particularidad y condiciones del paciente, lo denominó Furor Curandis. En otras palabras: lo que es bueno para uno, no es bueno para otro. 
La experiencia demostraba a Freud que entrar por esa vía, conducía el tratamiento al fracaso. Y ello debido a que el analista quedaba destituido de su función, para dirigir el tratamiento como un sujeto más, con sus prejuicios, su moral, sus tabúes, sus cegueras, etc. Por ello, la neutralidad era para Freud una condición esencial a exigir para el practicante del psicoanálisis. 
Podemos pensar como posiciones no neutrales, aquellas en las que el terapeuta ocupa activamente -sin saberlo o sabiéndolo expresamente- un rol maternal o paternal con respecto al paciente, transitando desde del consuelo empático de la soledad y el desamparo hasta la imposición bondadosa -y no tanto- de una moral ajena.
Tal como nos indica Mauricio Tarrab en su libro “Tras las huellas del síntoma” (Grama Ediciones, 2005), también debemos
tener en cuenta que a nosotros analistas, nada nos pone a salvo que, tras nuestras teorizaciones, las intervenciones y actos que pudiéramos realizar queden contaminadas por nuestros más íntimos prejuicios, deseos, modos de satisfacciones pulsionales, síntomas, inhibiciones, angustia, fantasmas, etc. 
Si bien Lacan, en varios momentos de su obra y enseñanza, sostiene diversas formulaciones que exaltan la autonomía del acto analítico (recuérdese el famoso: “una analista se autoriza a sí mismo”), en tanto no se somete a regulaciones que se impongan a su práctica, no hay que olvidar que la libertad del analista es completamente relativa. Siguiendo a Tarrab, “esa libertad está enajenada ya que depende de la estrategia, y hay una política que regula la acción del analista, que la limita, que la encamina; una política respecto del cual el analista no es libre” (op. cit.). Política que no es sino, la del Inconsciente que determina al sujeto. Es por ello, que Lacan advierte en su seminario “Los cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis” (Ed. Paidós), que una interpretación no está abierta a todos los sentidos, sino que ella debe resonar con el inconsciente, la pulsión, el goce y el cuerpo del sujeto.
B- De allí que dentro de los pilares de la formación, el análisis personal llevado hasta sus últimas consecuencias es una exigencia fundamental. Ello permitiría depurar al deseo del analista de todo aquello que podría perturbar y contaminar al momento de sus intervenciones; le posibilitaría saber-hacer con eso, “para operar de manera más o menos sensata en las curas que dirige” (Tarrab, op. cit.). Se decanta, entonces, que la neutralidad analítica en la práctica lacaniana no se la piensa vinculada a ningún ideal de neutralidad implacable. Mas bien, como una aspiración que el analista debe tomar con responsabilidad para mantener la dignidad de su acto. 
C- Tarrab, articula la neutralidad analítica a tres ejes:
- Hay una neutralidad que se deduce de la puesta en forma de la transferencia (la función psíquica mediante la cual un sujeto transfiere inconscientemente y revive, en sus vínculos nuevos, sus antiguos sentimientos, afectos, expectativas o deseos infantiles reprimidos; para Freud la herramienta fundamental con la que cuenta el analista, para poder conducir el tratamiento). El analista al ofrecerse y propiciar el surgimiento de la transferencia, que permitirá poner en marcha la subjetividad inconsciente del sujeto (las máscaras de la transferencia, las representaciones del Otro, del Otro del saber y de la historia, etc.), debe mantener la neutralidad, por un lado, de no actuar aquél lugar al que es demandado, por el paciente, a ocupar; por el otro, tampoco prohibir que eso se le sea demandado, en claros intentos de, como aún se sigue escuchando en ciertas terapéuticas ajenas al psicoanálisis: “bajarlo a la realidad”... Si el analista se calla, es para dejarle lugar a la palabra junto a los efectos que ello conlleva.
- Una neutralidad radical en cuanto a la posición desde la que el analista debe operar. El analista no está allí como sujeto, sino como objeto. El queda ubicado como objeto de una demanda de satisfacción (particular para cada paciente). “...Lacan señala que el analista debe estar advertido que, más allá del saber, lo que se le pide en la transferencia no sólo el analista no lo tiene, sino que (…) eso que se le pide no existe” (op. cit.). En una época donde la ilusión de una satisfacción inmediata y absoluta a todos nuestros deseos está en el cénit de la cultura, esta indicación es de una pertinencia ética precisa. Creer (y creersela), que el analista tiene o posee aquello que el sujeto le demanda no sólo es caer en la posición que Lacan denunciaba: ser directores de conciencia, sino caer y darle consistencia al engaño por el cual el sujeto evita la confrontación con aquello que lo determina: con su propio vacío y con el vacío del Otro, es decir, con la castración. 
- Por último, una neutralidad con respecto al sentido. ¿En qué consiste esto?, en que para el psicoanálisis lacaniano el colmo del sentido es la comprensión. Para Lacan, el “momento que han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso con una comprensión, siempre es el momento que han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer...” (Seminario “Las Psicosis”, Ed. Paidós). Comprender es llenar los vacíos, las lagunas del sentido del paciente con el sentido de los prejuicios, deseos, fantasmas, etc, no del analista sino del sujeto que allí sostiene -fallidamente- esa función. De allí que se requiere que el analista sea neutral con su propio bagaje de sentido con el que interpreta al mundo.
En la misma línea, en el texto, “Juventud de Gide” (Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores) afirma que  la eficacia en la dirección de la cura es “...en tanto el psicoanálisis se aplica a un sujeto que habla y oye y que el método que aplica el psicoanalista (...) consiste en tomar los significantes sin tomar en cuenta su significación”. 
Si una de las concepciones del Inconsciente es en tanto su vertiente de intérprete, de productor de sentido, la neutralidad analítica frente a esa proliferación de sentido está hecha de sorpresas, brusquedades, de sinsentido. “Es una neutralidad que debería situar al analizante ante lo irremediable de la fuga del sentido. Es una neutralidad que exige del analista una cierta neutralización no sólo de sus pensamientos, exige que el analista ponga en juego la neutralización del mito edípico y su operación, que él mismo, el analista, debería haber obtenido de su propio análisis” (Tarrab, op. cit).
El peligro de no llevar un análisis personal hasta las últimas consecuencias es el caer, sesión tras sesión y cada uno por su lado -analizante, analista-, en el goce infinito del bla bla bla. Lo que imposibilitaría una de las aristas fundamentales en la cura analítica, que es hacer de ese goce de lalengua algo evidente y poder subvertirlo

Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
Informes: (02966) 15459476 – 15466777 – 15690793
E-mail: bapriogallegos@gmail.com

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