miércoles, 26 de octubre de 2011

Un miedo bárbaro - Octubre 2011

I N S T I T U T O   O S C A R    M A S O T T A
D e l e g a c i ó n  R í o  G a l l e g o s


UN MIEDO BÁRBARO
(Texto publicado en el diario La Opinión Austral, el día 26 de Octubre 2011)

Autor: Dr. José Luis Tuñón
(Responsable del I.O.M. - Delegación Comodoro Rivadavia)

Si afirmara que el miedo es el mal de nuestro tiempo creo que no encontraría mayores resistencias. Quedaría por verificar si lo fue también en el pasado. Pero es un hecho que el miedo nos asalta al doblar en cada esquina, aún quienes no lo experimentan, a ellos alguien va a recordarles: - ¡Che! ¿No sos muy descuidado vos? Con las cosas que pasan…
Y al interpelado no le quedan muchos caminos, o desconoce la advertencia a riesgo de que le caigan con un “yo te lo dije”, o…tiene miedo.
Por otra parte, no es tan fácil relativizar la amenaza. La experiencia nos recuerda que muchas de ellas se han cumplido en el pasado, y reponernos nos ha llevado años. Esos recuerdos son tomados ahora, como prueba de la inminencia de la amenaza y los intentos por relativizarla nos ponen en el bando de la “sensación” que no tiene buena prensa, hay que decirlo.
Pero los partidarios de la inminencia no las tienen todas consigo. En principio no consiguen reunirse. Aunque cada tanto agiten el tema y hagan reuniones, el miedo no se apacigua y los agrupamientos duran poco. Y hago la salvedad de que meto en la misma bolsa a muchas de las formas de la amenaza: los robos, los corralitos, las ocupaciones, las epidemias de enfermedades nuevas, las fugas de los bancarios, los cambios climáticos y muchas otras que ahora no me acuerdo. El resultado es un clima de alarma social que tiñe los acontecimientos cotidianos poniendo en suspenso los hechos: -Las cosas parecen estar tranquilas, pero no hay que confiarse, podrían cambiar en minutos
Esta alarma exacerbada atiende los signos de peligro que pudieran presentarse, y las cosas son tomadas
por ese sesgo alterando profundamente la subjetividad de las personas y los intercambios sociales.
El problema es que esta preocupación reduce notablemente la capacidad de experimentar las cosas por nosotros mismos. Lo que tomamos por experiencia propia es ya la influencia de los signos de alarma, trasmitidos ahora a escala planetaria por los medios de comunicación. Y ese recambio, gradual, insidioso, de la propia experiencia por signos de alarma, es el nido del miedo. Los signos de la realidad, que trasmiten los medios de la comunicación, tienen una lógica muy diferente de la experiencia personal pues no tienen tiempo. O mejor: su tiempo es un presente puntual, que se extingue al minuto siguiente, a la espera de la próxima noticia. ¡ULTIMO MOMENTO! Ese es el tiempo de estos relatos que recibimos minuto a minuto, en lo que paradójicamente se llama tiempo real.
La otra propiedad de estos signos de la realidad, es que condensan un enorme espacio virtual en los límites más concretos del espacio personal. O sea: lo que pasa en Afganistán puede afectarme más de lo que le pasa al verdulero de la esquina. Cualquier rincón del planeta, siempre que sea trasmitido, puede llegarme con la intensidad de un hecho próximo. Pero si tengo que mantenerme alerta por lo que pasa en el patio de mi casa, puedo relajarme un poco, ahora, si el alerta se extiende a cualquier rincón del planeta, es probable que nos embarguen sentimientos de vulnerabilidad, y mi patio se vuelva mucho más amenazante todavía.
La realidad siempre fue experimentada por sus signos. Si veo que a mi vecino se le humedecen los ojos, puedo suponer que le acongoja algo. O si se ríe, o sale corriendo. Todos son signos de los hechos que me relacionan con el mundo que me rodea. A los signos hay que interpretarlos, no son evidentes por si mismos. Y hay una diferencia entre interpretarlos como nos enseñaba la tradición, por ejemplo, que hacía de quien llegaba a la casa un hermano, a bajar la cortina porque podría tratarse de una amenaza. De ahí que nos hayamos convertido en ávidos receptores de estos signos de la realidad, que parecen venir ya interpretados por los que saben.
Entonces,la reducción de la experiencia propia y su reemplazo por los relatos de los medios de comunicación, tiene una consecuencia directa: la transformación de la experiencia del tiempo. En lugar de la marcha sucesiva de los acontecimientos con su evolución y su espera, las cosas parecen ocurrir en una escena regulada por un tiempo instantáneo: un flash. La vivencia subjetiva también adquiere esa dimensión. La espera se contrae de tal manera que la expectativa es que las cosas sucedan casi instantáneamente ¿Como va uno a relajarse? Y si además me cuesta experimentar la realidad por mi mismo, entonces mejor me compro un casco. Aún Narciso -persona solitaria que vivía en el centro de Comodoro Rivadavia- que parecía sustraído a las urgencias del mundo, llevaba puesto un antiguo casco petrolero.
Sin espera no hay esperanza. Ni tiempo para reconocer el deseo. Y entonces no es raro que el miedo sea la dimensión predominante en nuestro tiempo y que aumenten las fobias, el pánico y, finalmente, lo traumático termine siendo el cristal dominante para interpretar el mundo.
Este es el tiempo de un rebaño distinto. No aquel que pastaba mansamente bajo la atenta mirada del pastor que, además, nos iría a buscar si nos perdíamos. No, este se parece más a los de Animal Planet, esos ciervitos que mueven sus orejas a la espera de un signo: ¡un tris! y salen todos en estampida. Así no hay asociación que aguante.

Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis.
Informes: (02966) 15459476 – 15466777 – 15690793
E-mail: bapriogallegos@gmail.com

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