I N S T I T U T O O S C A R M A S O T T A 2
D e l e g a c i ó n R í o G a l l e g o s
(Texto a publicado en el diario La Opinión Austral, el día 14 de Febrero 2018)
Autor: Lics. Cintya González y Natalia Pelizzetti
(Co-responsable y Miembro de la Delegación Río Gallegos del I.O.M.2 y Miembro de la A.B.A.P.)
El pudor, la vergüenza y la timidez son sentimientos de incomodidad para la propia persona que lo experimenta y también para quienes participan de la situación que despertó tal incomodidad. Si bien, tanto el pudor y la vergüenza expresan que algo de lo íntimo de la persona queda develado, sin haber podido evitarlo, podríamos decir que la timidez tiene que ver con la actitud de mantenerse en reserva. Muchas personas son catalogadas como “reservadas”.
Es interesante averiguar qué función cumple la vergüenza, la timidez y el pudor en los seres humanos para poder analizar qué connotación tiene para cada uno experimentarlos, y no ir directamente a tratar de eliminarlos o pensar inmediatamente que eso es una enfermedad, ya que eso no nos aportaría ningún saber, simplemente por resultar incómodos.
Lacan y Freud hacen algunas distinciones al respecto, que son retomadas en un texto de Luciano Lutereau* en el cual, plantea que la timidez, en los casos más extremos de inhibición, responde a temores de ser perseguido – y se pone en juego la dimensión omnipresente de la mirada. Quizá podría pensarse aquí en un resabio de ese temor infantil, patente en el Hombre de las ratas, de que los padres supieran sus pensamientos sin que él los hubiera declarado (Cf. Freud, 1909, p. 131). Puede pensarse a la timidez como una manera de evitar el desarrollo de la angustia y de este modo, el sujeto queda en reserva. La timidez puede ser parte de la precaución ante la posibilidad del cumplimiento de un deseo, cuando la persona necesita “tantear” y ensayar garantías antes de dar un paso en su realización.
La vergüenza vendría más bien a testimoniar del momento en que algo del goce privado hace irrupción en el espacio público. El sujeto avergonzado vacila en la situación de
sentirse descubierto y, eventualmente, se detiene en su decir y calla.
La vergüenza sorprende, irrumpe, muchas veces desorienta. Especialmente cuando no se hace posible ponerla en la cuenta de la culpa.
“La vergüenza está en relación a los más íntimo del sujeto y es indisociable a la mirada: nos sorprende…va más allá de lo que los demás miran en mí, sino lo que yo mismo veo en mí y sobre todo lo que imagino que el otro mira en mí. Por eso, el efecto de vergüenza pone al descubierto a un sujeto. La experiencia siempre está en relación a otro que me mira, por eso, es una experiencia social, es decir, que se da en las relaciones sociales. La vergüenza tiene la dimensión de lo in fraganti, de una revelación súbita de la intimidad, en la que es sorprendido un goce escondido o un deseo inesperado.
La experiencia de lo que significa estar en el lenguaje, exige pasar por los obstáculos del pudor y la vergüenza, si bien hay algunas situaciones que uno podría catalogar de vergonzantes en sí mismas, sabemos que es algo íntimo y por eso a veces surge el comentario “¿no le da vergüenza?”, suponiendo que ciertos actos o satisfacciones, no podrían permitírselas sin pasar por cierta incomodidad. A la vez suponiendo que lo que a uno le avergüenza, también debería avergonzarle al otro. Ciertos escrúpulos, cautelas y miramientos, son propios de la vida en sociedad.
El pudor está más en relación a la cercanía del cuerpo del otro, en éste sentido se pone en juego la mirada, el mirar y ser mirado o el darse a ver, son dimensiones en las que hay una satisfacción en juego, por eso el pudor pone en el tapete que el individuo está involucrado íntimamente en esa situación, de ahí se derivan las restricciones consecuentes al pudor.
La vergüenza es uno de los diques anímicos descripto por Freud junto al asco y la moral, que hacen tope a la satisfacción pulsional inmediata, permite encauzar los actos, atemperando, limitando, y postergando tal satisfacción.
Un rasgo de la época actual es la desaparición de la vergüenza, en la sociedad capitalista, se vive con el lema de que nada es imposible, sumado a un empuje a la satisfacción inmediata, contrario a lo que planteábamos de la función de la vergüenza, el pudor y la timidez, por ello, vemos cada vez sujetos desesperados por desterrar de sus vidas tales sentimientos, ya que son vividos como una limitación que - con el lema capitalista – serían disfuncionales para el éxito, el rendimiento y la satisfacción. Tomando los aportes del psicoanálisis para pensar la subjetividad de la época, podemos ver que tanto la vergüenza como el pudor y la timidez son cuestiones que tienen una funcionalidad para el lazo social, nos despabilan y en el mejor de los casos nos despiertan una pregunta por nuestro deseo. A la vez que son indicadores del registro que tenemos del Otro.
Si pensamos que la vergüenza permite encauzar nuestras acciones y decisiones en tanto sirve de límite y el sujeto puede sentirse al desnudo, tal sentimiento abre a la interrogación y el análisis de nuestros actos. La reflexión, la autocrítica que puede despertar la vergüenza son condiciones favorables para la vida en sociedad. Encontrarnos en una situación vergonzante no hace más que poner un freno inmediatamente y que la mirada se dirija a uno mismo.
Actualmente vemos que la vergüenza y la timidez tienen mala prensa, una carga negativa, ya que limita o condiciona el desempeño del sujeto. Para la hiper-modernidad -cada vez más individualista y desenfrenada hacia el éxito- estos sentimientos serían obstáculos que hay que desechar. Pero desde el psicoanálisis la aparición de la vergüenza es lo que permite que una persona se sienta implicada por lo que hace, dice o muestra. Lo más propio de cada uno se observa en las inseguridades.
*Luciano Lutereau. Vergüenza y Mirada. Nadie duerma N°1. Revista del Foro analítico del Rio de la Plata.
Es interesante averiguar qué función cumple la vergüenza, la timidez y el pudor en los seres humanos para poder analizar qué connotación tiene para cada uno experimentarlos, y no ir directamente a tratar de eliminarlos o pensar inmediatamente que eso es una enfermedad, ya que eso no nos aportaría ningún saber, simplemente por resultar incómodos.
Lacan y Freud hacen algunas distinciones al respecto, que son retomadas en un texto de Luciano Lutereau* en el cual, plantea que la timidez, en los casos más extremos de inhibición, responde a temores de ser perseguido – y se pone en juego la dimensión omnipresente de la mirada. Quizá podría pensarse aquí en un resabio de ese temor infantil, patente en el Hombre de las ratas, de que los padres supieran sus pensamientos sin que él los hubiera declarado (Cf. Freud, 1909, p. 131). Puede pensarse a la timidez como una manera de evitar el desarrollo de la angustia y de este modo, el sujeto queda en reserva. La timidez puede ser parte de la precaución ante la posibilidad del cumplimiento de un deseo, cuando la persona necesita “tantear” y ensayar garantías antes de dar un paso en su realización.
La vergüenza vendría más bien a testimoniar del momento en que algo del goce privado hace irrupción en el espacio público. El sujeto avergonzado vacila en la situación de
sentirse descubierto y, eventualmente, se detiene en su decir y calla.
La vergüenza sorprende, irrumpe, muchas veces desorienta. Especialmente cuando no se hace posible ponerla en la cuenta de la culpa.
“La vergüenza está en relación a los más íntimo del sujeto y es indisociable a la mirada: nos sorprende…va más allá de lo que los demás miran en mí, sino lo que yo mismo veo en mí y sobre todo lo que imagino que el otro mira en mí. Por eso, el efecto de vergüenza pone al descubierto a un sujeto. La experiencia siempre está en relación a otro que me mira, por eso, es una experiencia social, es decir, que se da en las relaciones sociales. La vergüenza tiene la dimensión de lo in fraganti, de una revelación súbita de la intimidad, en la que es sorprendido un goce escondido o un deseo inesperado.
La experiencia de lo que significa estar en el lenguaje, exige pasar por los obstáculos del pudor y la vergüenza, si bien hay algunas situaciones que uno podría catalogar de vergonzantes en sí mismas, sabemos que es algo íntimo y por eso a veces surge el comentario “¿no le da vergüenza?”, suponiendo que ciertos actos o satisfacciones, no podrían permitírselas sin pasar por cierta incomodidad. A la vez suponiendo que lo que a uno le avergüenza, también debería avergonzarle al otro. Ciertos escrúpulos, cautelas y miramientos, son propios de la vida en sociedad.
El pudor está más en relación a la cercanía del cuerpo del otro, en éste sentido se pone en juego la mirada, el mirar y ser mirado o el darse a ver, son dimensiones en las que hay una satisfacción en juego, por eso el pudor pone en el tapete que el individuo está involucrado íntimamente en esa situación, de ahí se derivan las restricciones consecuentes al pudor.
La vergüenza es uno de los diques anímicos descripto por Freud junto al asco y la moral, que hacen tope a la satisfacción pulsional inmediata, permite encauzar los actos, atemperando, limitando, y postergando tal satisfacción.
Un rasgo de la época actual es la desaparición de la vergüenza, en la sociedad capitalista, se vive con el lema de que nada es imposible, sumado a un empuje a la satisfacción inmediata, contrario a lo que planteábamos de la función de la vergüenza, el pudor y la timidez, por ello, vemos cada vez sujetos desesperados por desterrar de sus vidas tales sentimientos, ya que son vividos como una limitación que - con el lema capitalista – serían disfuncionales para el éxito, el rendimiento y la satisfacción. Tomando los aportes del psicoanálisis para pensar la subjetividad de la época, podemos ver que tanto la vergüenza como el pudor y la timidez son cuestiones que tienen una funcionalidad para el lazo social, nos despabilan y en el mejor de los casos nos despiertan una pregunta por nuestro deseo. A la vez que son indicadores del registro que tenemos del Otro.
Si pensamos que la vergüenza permite encauzar nuestras acciones y decisiones en tanto sirve de límite y el sujeto puede sentirse al desnudo, tal sentimiento abre a la interrogación y el análisis de nuestros actos. La reflexión, la autocrítica que puede despertar la vergüenza son condiciones favorables para la vida en sociedad. Encontrarnos en una situación vergonzante no hace más que poner un freno inmediatamente y que la mirada se dirija a uno mismo.
Actualmente vemos que la vergüenza y la timidez tienen mala prensa, una carga negativa, ya que limita o condiciona el desempeño del sujeto. Para la hiper-modernidad -cada vez más individualista y desenfrenada hacia el éxito- estos sentimientos serían obstáculos que hay que desechar. Pero desde el psicoanálisis la aparición de la vergüenza es lo que permite que una persona se sienta implicada por lo que hace, dice o muestra. Lo más propio de cada uno se observa en las inseguridades.
*Luciano Lutereau. Vergüenza y Mirada. Nadie duerma N°1. Revista del Foro analítico del Rio de la Plata.
Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
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