miércoles, 19 de febrero de 2014

Aun los ilimitados tienen un límite - Febrero de 2014

I N S T I T U T O   O S C A R   M A S O T T A 2
D e l e g a c i ó n   R í o   G a l l e g o s


AÚN LOS ILIMITADOS TIENEN UN LÍMITE
(Texto publicado en el diario La Opinión Austral, el día 19 de Febrero de 2014)

Autor: Lic. Verónica Ortiz
(I.O.M.2 - Delegación San Fernando)

Una conocida empresa de comunicaciones nos hace una interesante propuesta desde sus afiches publicitarios: ser “ilimitados”. ¡Nada más y nada menos! Corrijo, “nada más” no, porque lo sin-límite se fuga en una deriva al infinito de tal modo que no se podría pensar en “nada más” ya que es necesario un “hasta acá” para pensar en “más allá de acá”. “Nada menos” es lo que nos promete la publicidad; allí radica el truco: que no exista el menos, que no exista la falta.
La falta es algo muy mal visto en estos días, tiene mala prensa. La oferta es colmarla con el consumo de objetos tecnológicos ilimitados. Estos “gadgets”, como los llamó hace ya muchos años Jacques Lacan, dan la ilusión de no tener límites: cada vez más rápidos, más portátiles, con más funciones… Han, de hecho, desdibujado en gran medida el tiempo y el espacio tales como los conocíamos. Podemos hoy conversar con alguien en Japón, sostener una teleconferencia o capacitación a distancia, filmar, reproducir, proyectar, almacenar y enviar imágenes y grabaciones de modo casi instantáneo o recibir un fax que por milagro tecnológico da la sensación de acercar la materialidad de lo escrito desde lugares recónditos.
Hasta ahí todo muy bien. El problema comienza cuando empezamos a creer que esto nos

vuelve mágicamente ilimitados. Entonces, tener el celular de última generación se convierte en una necesidad vital para obturar la incompletad, la falta.
Algunos de sus nombres: enfermedad, desencuentros, vejez, pobreza, pérdidas, soledad, incapacidad, fracasos, impotencia, deterioro del cuerpo, transitoriedad, muerte. Destino inexorable de lo humano, la incompletud nos habita. Toca a nuestra puerta antes o después pero toca, nos toca siempre. ¿Nos ayudará, en ese momento, la feliz promesa del sin-límites de la hipermodernidad? ¿Aquella que nos vuelve consumidores caprichosos y exigentes, ávidos de más y más?
La casi inmediata obsolescencia de los objetos tecnológicos complica el panorama del  consumidor a la vez que promete mayores ganancias en el mercado: el día que por fin  adquirimos nuestro preciado chiche nuevo, ese mismo día –¡ley de Murphy!-  es lanzado en algún lugar del mundo otro más novedoso, con mayor alcance y funciones más sofisticadas y, por supuesto, más costoso. Dejándonos un gusto amargo en la boca porque nuestro objeto, justo cuando creíamos que lo habíamos atrapado, se volvió a desplazar y el feliz e ilimitado dueño… es otro.
Consumidores exigentes y caprichosos, a veces, muy parecidos a niños. Es un aspecto que explotan muy bien los afiches “ilimitados”. Por ejemplo, una mujer, crecidita ya, sacando la lengua. La imagen comunica: sé una niña caprichosa, y supuestamente muy libre (en todo lo que no sea consumir, ya que ¡debes! consumir este producto) y, debajo, la leyenda: ILIMITADA.
En un blog diseñado como complemento a las cátedras de publicidad de las universidades se nos explica: “Cada una de las piezas, incluidas en TV, gráfica y radio, destaca los beneficios para cada tipo de clientes bajo el mismo concepto: Todos juntos, Todo el tiempo, en Todos lados de manera ilimitada”. Sí, el Todo está tres veces, y con mayúsculas. La separación en tiempo, lugar y del otro es anulada. Los sujetos son reducidos a “tipos” de consumidores diferentes pero la diferencia se acaba ahí ya que son distintos tipos bajo un mismo concepto: el Todo. Podemos preguntarnos ¿Qué lugar para cada uno?
Freud, en el texto Nuestra actitud ante la muerte (1915) nos advertía: “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”. Parece una sugerencia algo lúgubre. Muy por el contrario: se trata de una invitación a dejar de ser niños, aquel “niño generalizado” como decía Lacan y como recrea Enrique Acuña: “niños inocentes que ignoran su implicación en las acciones cotidianas”.  Frente a la eterna niñez del consumidor compulsivo, una propuesta: atreverse a saber, el sapere aude kantiano. Porque el método de obturar la falta con objetos del mercado no suele acabar bien. De la manía consumista a la depresión generalizada hay sólo un paso. Por más que nos pasemos la vida entera negando la falta, ésta siempre encuentra el modo de colarse en ella. Aún los ilimitados tienen un límite, por mucho que se dediquen a no saber nada de eso.

Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
Informes: (02966) 15459476 – 15466777 – 15690793
E-mail: bapriogallegos@gmail.com

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