I N S T I T U T O O S C A R M A S O T T A 2
D e l e g a c i ó n R í o G a l l e g o s
CUIDADOS PALIATIVOS EN LA INSTITUCIÓN HOSPITALARIA
Qué lugar para el Psicoanálisis
Qué lugar para el Psicoanálisis
(Texto a publicado en el diario La Opinión Austral, el día 08 de Noviembre de 2017)
Autor: Lic. Daniel Eduardo Blanco
(Miembro de la Delegación Río Gallegos del I.O.M.2 y de la A.B.A.P.)
Una de las nociones básicas de los dispositivos en Cuidados Paliativos, consiste en generar, a partir de distintos saberes, un espacio de atención y acompañamiento para sujetos que padecen enfermedades de difícil tratamiento y riesgo de vida.
Muchas veces, los cuidados paliativos se instrumentan en combinación con tratamientos médicos curativos y, en otras ocasiones, son convocados cuando los tratamientos curativos resultan ineficaces y hasta peligrosos para los sujetos en el devenir de la enfermedad.
Este trabajo, que la mayoría de las veces se realiza en ámbitos hospitalarios, no se limita solo a la búsqueda de alivio y tratamiento del dolor y otros síntomas físicos; sino que, además, se propone intervenir en torno al impacto subjetivo que puede acompañar esta instancia; tanto a los pacientes como a su entorno inmediato.
Algo importante a considerar en este contexto: ¿Qué lugar para temas relativos a la enfermedad y a la muerte en nuestra época? ¿Qué razones podrían justificar la presencia de un analista en este contexto?; en tal caso, ¿Es la práctica del psicoanálisis una respuesta al ideal de las instituciones?, ¿Qué lugar para el sujeto que atraviesa estos acontecimientos?
En primer lugar, pensar en la época implica considerar al Otro social a partir de ideales de normalidad, que buscan regular lo “viviente”.
En este sentido, si pensamos desde una continuidad teleológica, ciertos ideales, bajo la
lógica del “para todos”, parecerían mantener cierta regularidad en cuanto al tiempo y las condiciones de lo viviente. Pero, ¿qué ocurre cuando un cuerpo, por diversas contingencias, comienza a ser un cuerpo que va a morir? Estos acontecimientos parecen ser un gris para los ideales de la normalidad, justamente allí, donde los opuestos, lo distinto y lo “no todo”, irrumpen en la continuidad de estos Ideales.
Particularmente, en el devenir de una enfermedad y frente a la necesidad de los tratamientos médicos, el cuerpo es “abordado” por las tecnologías de la ciencia y la medicina.
Diversos instrumentos de medición se ponen en marcha para establecer, en forma precisa, el daño que la enfermedad ocasiona y las medidas a implementar, para preservar y continuar -a toda costa y costo- la vida de los sujetos.
La presencia de respuestas que acompañan este proceso, muchas veces inevitables
-tales como el miedo, dolor, tristeza, otras veces rechazo-, aparecen como aquello a lo que es empujado el sujeto. En ocasiones, por raro que parezca, se proponen como alternativa diversos instrumentos que intentan medir, comparar y estandarizar, estableciendo valores de normalidad sobre dichas respuestas.
Sin embargo, hay algo fundamental que escapa a estas mediciones: la dimensión temporal del sujeto de la palabra y la dimensión gozante de lo Real, en tanto aquello que escapa al esquema corporal pero que no se reduce al organismo. Ese Real que escapa a las palabras, mediciones y protocolos. Ese Real tan íntimo como ajeno al sujeto y que determina tanto sus placeres, displaceres como su angustia.
En ocasiones, el sujeto que transita estas instancias puede permanecer en una posición caracterizada por un desborde de angustia. Principalmente, cuando las re-puestas exigidas a cada singularidad, frente a la finitud de la vida y el tiempo, parecen no funcionar para limitar tal exceso.
¿Hay alguna forma de habitar este tiempo? Por el momento, pensar la posición del sujeto en esta dimensión temporal, implicará conmover el axioma del “ya no queda más tiempo”, el cual está siempre presente en la urgencia. Pensar en la dignidad del sujeto sufriente, es abrir la posibilidad del “tiempo que cuenta…”.
En el sujeto sufriente, lo real del inconsciente obedece a sus propias leyes, leyes que no son físicas ni químicas, ni biológicas. En este sentido, la presencia del analista deberá alojar el decir del sujeto en su posición más singular.
En cuanto a la práctica del psicoanálisis en estos dispositivos; al decir de Daniel Millas “la presencia de los analistas en los hospitales ha tenido siempre un carácter sintomático. En principio debido a sus razones discursivas, ya que el psicoanálisis mismo es una manifestación sintomática del discurso médico, es preciso recordar entonces, que no hay lugar preestablecido para los psicoanalistas en los hospitales, de manera que lo que va a poner en juego es el modo en que cada practicante construye e inventa con otros, como practica en el hospital, el lugar que allí no hay”. (Daniel Millas, 2002).
Muchas veces, los cuidados paliativos se instrumentan en combinación con tratamientos médicos curativos y, en otras ocasiones, son convocados cuando los tratamientos curativos resultan ineficaces y hasta peligrosos para los sujetos en el devenir de la enfermedad.
Este trabajo, que la mayoría de las veces se realiza en ámbitos hospitalarios, no se limita solo a la búsqueda de alivio y tratamiento del dolor y otros síntomas físicos; sino que, además, se propone intervenir en torno al impacto subjetivo que puede acompañar esta instancia; tanto a los pacientes como a su entorno inmediato.
Algo importante a considerar en este contexto: ¿Qué lugar para temas relativos a la enfermedad y a la muerte en nuestra época? ¿Qué razones podrían justificar la presencia de un analista en este contexto?; en tal caso, ¿Es la práctica del psicoanálisis una respuesta al ideal de las instituciones?, ¿Qué lugar para el sujeto que atraviesa estos acontecimientos?
En primer lugar, pensar en la época implica considerar al Otro social a partir de ideales de normalidad, que buscan regular lo “viviente”.
En este sentido, si pensamos desde una continuidad teleológica, ciertos ideales, bajo la
lógica del “para todos”, parecerían mantener cierta regularidad en cuanto al tiempo y las condiciones de lo viviente. Pero, ¿qué ocurre cuando un cuerpo, por diversas contingencias, comienza a ser un cuerpo que va a morir? Estos acontecimientos parecen ser un gris para los ideales de la normalidad, justamente allí, donde los opuestos, lo distinto y lo “no todo”, irrumpen en la continuidad de estos Ideales.
Particularmente, en el devenir de una enfermedad y frente a la necesidad de los tratamientos médicos, el cuerpo es “abordado” por las tecnologías de la ciencia y la medicina.
Diversos instrumentos de medición se ponen en marcha para establecer, en forma precisa, el daño que la enfermedad ocasiona y las medidas a implementar, para preservar y continuar -a toda costa y costo- la vida de los sujetos.
La presencia de respuestas que acompañan este proceso, muchas veces inevitables
-tales como el miedo, dolor, tristeza, otras veces rechazo-, aparecen como aquello a lo que es empujado el sujeto. En ocasiones, por raro que parezca, se proponen como alternativa diversos instrumentos que intentan medir, comparar y estandarizar, estableciendo valores de normalidad sobre dichas respuestas.
Sin embargo, hay algo fundamental que escapa a estas mediciones: la dimensión temporal del sujeto de la palabra y la dimensión gozante de lo Real, en tanto aquello que escapa al esquema corporal pero que no se reduce al organismo. Ese Real que escapa a las palabras, mediciones y protocolos. Ese Real tan íntimo como ajeno al sujeto y que determina tanto sus placeres, displaceres como su angustia.
En ocasiones, el sujeto que transita estas instancias puede permanecer en una posición caracterizada por un desborde de angustia. Principalmente, cuando las re-puestas exigidas a cada singularidad, frente a la finitud de la vida y el tiempo, parecen no funcionar para limitar tal exceso.
¿Hay alguna forma de habitar este tiempo? Por el momento, pensar la posición del sujeto en esta dimensión temporal, implicará conmover el axioma del “ya no queda más tiempo”, el cual está siempre presente en la urgencia. Pensar en la dignidad del sujeto sufriente, es abrir la posibilidad del “tiempo que cuenta…”.
En el sujeto sufriente, lo real del inconsciente obedece a sus propias leyes, leyes que no son físicas ni químicas, ni biológicas. En este sentido, la presencia del analista deberá alojar el decir del sujeto en su posición más singular.
En cuanto a la práctica del psicoanálisis en estos dispositivos; al decir de Daniel Millas “la presencia de los analistas en los hospitales ha tenido siempre un carácter sintomático. En principio debido a sus razones discursivas, ya que el psicoanálisis mismo es una manifestación sintomática del discurso médico, es preciso recordar entonces, que no hay lugar preestablecido para los psicoanalistas en los hospitales, de manera que lo que va a poner en juego es el modo en que cada practicante construye e inventa con otros, como practica en el hospital, el lugar que allí no hay”. (Daniel Millas, 2002).
Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
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