I N S T I T U T O O S C A R M A S O T T A 2
D e l e g a c i ó n R í o G a l l e g o s
LOS JÓVENES Y SU INSERCIÓN EN LA CIUDAD
(Texto a publicado en el diario La Opinión Austral, el día 07 de Junio de 2017)
Autor: Lic. Cintya González
(Co-responsable de la Delegación Río Gallegos perteneciente al I.O.M.2.)
Resulta interesante reflexionar acerca de qué hablamos cuando hablamos de ataque de pánico y cuáles son los objetivos que orientan una intervención terapéutica. Algunos autores que mencionamos en este artículo plantean ciertas consideraciones críticas acerca de dicho fenómeno en la época actual y el quehacer profesional al respecto.
El diagnóstico de ataque de pánico (panic-attack) surge alrededor del año 1980 como una propuesta de la psiquiatría estadounidense. Sin embargo, casi cien años antes, Sigmund Freud ya había podido delimitar un fenómeno similar. Esto se lo corrobora en la descripción clínica que, bajo el nombre de “ataque de angustia”, realizó en 1894 al establecer una diferencia fundamental dentro de su nosología entre las neurosis de transferencia y neurosis actuales. La distinción se basa, respectivamente, en la existencia o no de un mecanismo psíquico que las determine. En las neurosis actuales, incluye dos entidades: la neurastenia y las neurosis de angustia; y dentro de esta última describe una serie de grupos sintomáticos siendo el principal de ellos el ataque de angustia.
Lo que hoy conocemos como ataque de pánico, Freud lo denominó neurosis de angustia. Dentro de este cuadro, enumeró una serie de fenómenos cuya descripción semiológica fue la siguiente: "Un ataque de angustia puede consistir en el sentimiento de angustia solo, sin ninguna representación asociada, o bien mezclarse con la interpretación más espontánea, como la aniquilación de la vida, ...la amenaza de volverse loco, ...o, por último se conecta
con la sensación de angustia una perturbación de una o varias funciones corporales -la respiración, la actividad cardíaca, la inervación vasomotriz, la actividad glandular-..."
Muchas veces escuchamos hablar del ataque de pánico como un cuadro que es solo patrimonio de la época actual, sin embargo, como vemos, Freud en 1984 ya hacía una descripción muy similar a la que es hoy utilizada por los manuales diagnósticos en boga
(D.S.M. IV o el C.I.E. 10).
Por supuesto que nuestra época imprime sus particularidades, sin embargo, podemos pensar que estas no están relacionadas con el cuadro, sino más bien con el tipo de abordaje y tratamiento.
Cuál es el objetivo de una intervención terapéutica que se realiza si tenemos en cuenta que “...En los tiempos del reinado de la ciencia y el saber científico, las clasificaciones nosológicas sirven para encuadrar y etiquetar rápidamente el sufrimiento subjetivo, para de este modo, administrar un fármaco o aplicar un procedimiento terapéutico que sirva para acallarlo” (“El ataque y el pánico, ¿de quién?”, Nadia Brailovsky).
Lo que parece novedoso es el carácter “epidémico” del pánico, en el sentido de su extensión: en los últimos años ha aumentado la frecuencia de los pacientes que por padecerlo, consultan o son derivados a los consultorios. Al respecto, desde el Psicoanálisis, se plantea que algo de la actualidad parece favorecer el terreno apropiado para que el pánico se multiplique.
Si tuviéramos que definir con un solo rasgo esta época que atravesamos, nos convendría quizás elegir la declinación de los semblantes de autoridad; la disolución de la figura del líder, que anteriormente sostenía el lazo de un individuo con otro al hacerse presente un ideal común con el cual identificarse. Para la conformación de cualquier organización colectiva, es necesario que se instale un mecanismo identificatorio que permita que un grupo de personas hagan lazo entre sí. La globalización y el capitalismo, que hacen a lo contemporáneo, apuntan a un quiebre de este mecanismo identificatorio, multiplicando y relativizando así los ideales en una época donde el anonimato, el olvido y la inmediatez caracterizan el escenario social. “Esta cuestión del ataque de angustia, del ataque de pánico tiene que ver con ese desamparo: miedo a morirse, miedo a perder el control, hay algo del orden de la ruptura de aquello que sostiene a ese sujeto en el mundo. Es una manera de situar la cuestión del pánico, aquello que sostiene a un sujeto en el mundo parece que se va a desvanecer” (“Ataque de Pánico”, Andrea Botas).
¿Cómo no entender que las personas cuenten hoy en día con menos recursos para tramitar la angustia, en tanto estos tiempos enfatizan la satisfacción personal en demérito de los ideales más cercanos al bienestar común? Triunfar, disfrutar, ser feliz: anhelos que pueden resultar válidos para la vida de cualquier persona, pero que sólo pueden ser vividos como cargas cuando aparecen como una exigencia imperativa de la sociedad.
Ahora bien, ¿qué es lo que el psicoanálisis tiene para ofrecer? Principalmente la escucha. Para los psicoanalistas los síntomas son indicadores de que algo del orden de la subjetividad no anda bien. Eliminar al síntoma, sea por intermedio de psicofármacos o de terapias focalizadas con dicho objetivo inmediato, sería como matar al mensajero que trae una mala noticia. Al decir de Sebastián Fernández Moores (“Pánico al Ataque), “...en tiempos en que los pacientes son tomados como potenciales consumidores, o como individuos cuya subjetividad hay que “llamar al orden” silenciando sus síntomas para borrar lo disfuncional, el psicoanálisis ofrece al sujeto un espacio que le permite, a través de la palabra, situar algo del horror que lo invade, posibilitando así, además de un alivio sintomático, la pregunta acerca de su deseo”.
El diagnóstico de ataque de pánico (panic-attack) surge alrededor del año 1980 como una propuesta de la psiquiatría estadounidense. Sin embargo, casi cien años antes, Sigmund Freud ya había podido delimitar un fenómeno similar. Esto se lo corrobora en la descripción clínica que, bajo el nombre de “ataque de angustia”, realizó en 1894 al establecer una diferencia fundamental dentro de su nosología entre las neurosis de transferencia y neurosis actuales. La distinción se basa, respectivamente, en la existencia o no de un mecanismo psíquico que las determine. En las neurosis actuales, incluye dos entidades: la neurastenia y las neurosis de angustia; y dentro de esta última describe una serie de grupos sintomáticos siendo el principal de ellos el ataque de angustia.
Lo que hoy conocemos como ataque de pánico, Freud lo denominó neurosis de angustia. Dentro de este cuadro, enumeró una serie de fenómenos cuya descripción semiológica fue la siguiente: "Un ataque de angustia puede consistir en el sentimiento de angustia solo, sin ninguna representación asociada, o bien mezclarse con la interpretación más espontánea, como la aniquilación de la vida, ...la amenaza de volverse loco, ...o, por último se conecta
con la sensación de angustia una perturbación de una o varias funciones corporales -la respiración, la actividad cardíaca, la inervación vasomotriz, la actividad glandular-..."
Muchas veces escuchamos hablar del ataque de pánico como un cuadro que es solo patrimonio de la época actual, sin embargo, como vemos, Freud en 1984 ya hacía una descripción muy similar a la que es hoy utilizada por los manuales diagnósticos en boga
(D.S.M. IV o el C.I.E. 10).
Por supuesto que nuestra época imprime sus particularidades, sin embargo, podemos pensar que estas no están relacionadas con el cuadro, sino más bien con el tipo de abordaje y tratamiento.
Cuál es el objetivo de una intervención terapéutica que se realiza si tenemos en cuenta que “...En los tiempos del reinado de la ciencia y el saber científico, las clasificaciones nosológicas sirven para encuadrar y etiquetar rápidamente el sufrimiento subjetivo, para de este modo, administrar un fármaco o aplicar un procedimiento terapéutico que sirva para acallarlo” (“El ataque y el pánico, ¿de quién?”, Nadia Brailovsky).
Lo que parece novedoso es el carácter “epidémico” del pánico, en el sentido de su extensión: en los últimos años ha aumentado la frecuencia de los pacientes que por padecerlo, consultan o son derivados a los consultorios. Al respecto, desde el Psicoanálisis, se plantea que algo de la actualidad parece favorecer el terreno apropiado para que el pánico se multiplique.
Si tuviéramos que definir con un solo rasgo esta época que atravesamos, nos convendría quizás elegir la declinación de los semblantes de autoridad; la disolución de la figura del líder, que anteriormente sostenía el lazo de un individuo con otro al hacerse presente un ideal común con el cual identificarse. Para la conformación de cualquier organización colectiva, es necesario que se instale un mecanismo identificatorio que permita que un grupo de personas hagan lazo entre sí. La globalización y el capitalismo, que hacen a lo contemporáneo, apuntan a un quiebre de este mecanismo identificatorio, multiplicando y relativizando así los ideales en una época donde el anonimato, el olvido y la inmediatez caracterizan el escenario social. “Esta cuestión del ataque de angustia, del ataque de pánico tiene que ver con ese desamparo: miedo a morirse, miedo a perder el control, hay algo del orden de la ruptura de aquello que sostiene a ese sujeto en el mundo. Es una manera de situar la cuestión del pánico, aquello que sostiene a un sujeto en el mundo parece que se va a desvanecer” (“Ataque de Pánico”, Andrea Botas).
¿Cómo no entender que las personas cuenten hoy en día con menos recursos para tramitar la angustia, en tanto estos tiempos enfatizan la satisfacción personal en demérito de los ideales más cercanos al bienestar común? Triunfar, disfrutar, ser feliz: anhelos que pueden resultar válidos para la vida de cualquier persona, pero que sólo pueden ser vividos como cargas cuando aparecen como una exigencia imperativa de la sociedad.
Ahora bien, ¿qué es lo que el psicoanálisis tiene para ofrecer? Principalmente la escucha. Para los psicoanalistas los síntomas son indicadores de que algo del orden de la subjetividad no anda bien. Eliminar al síntoma, sea por intermedio de psicofármacos o de terapias focalizadas con dicho objetivo inmediato, sería como matar al mensajero que trae una mala noticia. Al decir de Sebastián Fernández Moores (“Pánico al Ataque), “...en tiempos en que los pacientes son tomados como potenciales consumidores, o como individuos cuya subjetividad hay que “llamar al orden” silenciando sus síntomas para borrar lo disfuncional, el psicoanálisis ofrece al sujeto un espacio que le permite, a través de la palabra, situar algo del horror que lo invade, posibilitando así, además de un alivio sintomático, la pregunta acerca de su deseo”.
Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
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