I N S T I T U T O O S C A R M A S O T T A 2
D e l e g a c i ó n R í o G a l l e g o s
ACERCA DE LA ANGUSTIA Y LA MEDICACIÓN
(Texto a publicado en el diario La Opinión Austral, el día 22 de Marzo de 2017)
Autor: Lic. Ariel San Román
(Miembro de la Delegación Río Gallegos perteneciente al I.O.M.2.)
(Miembro de la Delegación Río Gallegos perteneciente al I.O.M.2.)
La
angustia, ese fenómeno tan íntimo a los sujetos, esa experiencia que desgarra
los limites subjetividad, ¿qué decir de ella?.
Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
Y esa pregunta no es mera retórica, porque si hay algo que nos muestra la
angustia es precisamente aquello que no puede ponerse en palabras. La angustia
confronta al sujeto ante un vacío de respuestas simbólicas que le permitan
tramitarla. Y, es el cuidado que hay que tener en la dirección de una cura, si
se confronta masivamente ante ella, las respuestas que advienen no son
precisamente las más adecuadas: inhibiciones generalizadas o pasajes al acto
peligrosos para uno mismo o para terceros.
Esta
imposibilidad de poner en palabras aquello que está en juego en la angustia,
tiene sus efectos clínicos observables en diversos fenómenos en el cuerpo: los
no tan novedosos “ataques de pánicos”, son su manifestación en extremo. (Cabe recordar
que Sigmund Freud los describió, punto por punto, hace más de 100 años).
Un
problema contemporáneo con respecto al tratamiento de la angustia son las
clasificaciones diagnósticas actuales que, por un lado, realizan una
homogenización de las manifestaciones clínicas bajo los conceptos de ansiedad o
depresión; por otro lado, apuntan a una terapéutica que queda subsumida a los
ideales utilitarios y funcionales de la época: una eficacia que se traduce por
la rapidez de sus efectos. Y a ese lugar de eficacia adviene la medicación
psicofarmacológica, cuya finalidad, en su uso indiscriminado, es obturar
inmediatamente toda manifestación de angustia. Es eliminar la angustia sin
tener que pasar por un tratamiento simbólico a la misma, sin tramitarla por la
palabra. Y, citando a Camen Cuñat, la experiencia clínica nos pone sobre la
mesa que “menos se tiene en
cuenta que para salir de la angustia se necesita encontrar la manera de decirla, más angustia aparece” (“La queja actual: angustia y depresión”, en “Psicoanálisis con niños”; Ed. Grama).
cuenta que para salir de la angustia se necesita encontrar la manera de decirla, más angustia aparece” (“La queja actual: angustia y depresión”, en “Psicoanálisis con niños”; Ed. Grama).
Y es en este punto que la indicación de Jacques Lacan, sobre que hay que
desangustiar pero no desculpablizar, puede orientarnos en la dirección de la
cura. Para el psicoanálisis, la culpabilidad es un modo de subjetivizar el
malestar. En la culpa, el sujeto capta que dicho malestar le concierne. Y ese
concernimiento es la piedra angular, el punto pivote, a partir del cual puede
delimitar y elaborar la causa de la angustia. “Si la angustia se tapa con la medicación, sin hacer el trabajo de
subjetivación de la causa es muy difícil de hacerse con la angustia y es muy
fácil que reaparezca” (Op. Cit.).
Para
el psicoanálisis, en el tratamiento de la angustia no se debería apuntar a su
eliminación inmediata, sino más bien en atravesarla, sopesando los medios
simbólicos de los que dispone el sujeto para hacerlo. Es por ello que más que
evitar la angustia, en el tratamiento -como bien indica Lacan- hay que
modularla, dosificarla. Ni impedir su emergencia ni confrontar al sujeto de
manera abrupta y apresurada.
Freud
indicaba que la brújula de un análisis es la angustia, que debemos guiarnos por
ella para poder cernir los aspectos traumáticos, los escollos subjetivos que
determinan el malestar del sujeto. Puntos que hacen a la particularidad de cada
tratamiento; es decir, que lo que es angustiante para uno puede no serlo para
otro. Y en esto último, un analista debe estar advertido -vía el análisis y la
supervisión de su práctica- de sus propios prejuicios para así evitar
consideraciones que desvían la atención de la indicación de Freud: lo relevante
no es si está más o está menos angustiado (cuantificar la angustia), lo central
es que hay la presencia de la angustia.
Para
el psicoanálisis, la presencia de la angustia responde a una pregunta central
del sujeto para con su propia existencia o razón de ser. En otros términos, es
la pregunta radical por la causa: ¿qué soy para el Otro? (el Otro escrito con
mayúscula, es el Otro que me determina como sujeto hablante, son los Otros
primordiales por medio del cual me constituí como sujeto y me hago representar
como tal; dígase padres, madres, parejas, etc.). Y el analista sabe bien que lo
mejor que puede hacer para dirigir la cura es “interesarse en esa pregunta del sujeto, para poder tratar la angustia”
(Op. Cit.). Camino paradójico, porque el sujeto tiene que confrontar con lo que
menos quiere saber: que él no es lo que cree o quiere creer que es para el
Otro. Para decirlo rápido en términos psicoanalíticos, es confrontar con la
castración. Con la imposibilidad estructural de ser seres completos, con la
imposibilidad radical de no satisfacer absolutamente nuestros deseos, con la
imposibilidad de no satisfacer cabalmente el deseo del Otro… El sujeto prefiere
quedar en la impotencia eterna, echándole la culpa a los otros, a su destino,
al mundo, al universo, de no poder cumplir con ello, a que caer en la cuenta
que ello es imposible por estructura en tanto somos sujetos hablantes.
Lo
que nos enseña el psicoanálisis, entonces, es que en la dirección de la cura
hay que sintomatizar la angustia. Ello es diametralmente opuesto a tratarla
como un trastorno, como un disfuncionamiento que hay que eliminar vía la
medicación o reeducar, o readaptar.
Si es necesario el uso de la medicación, convendría utilizarla “siempre que sirvan como medio para obtener otra cosa, es decir, para encontrar la causa de la angustia, lo que la provoca” (Op. Cit.). Si la medicación impide todo tipo de elaboración vía lo simbólico, vía lo que nos hace precisamente sujetos, la palabra, es condenar toda posibilidad de atravesamiento de la angustia al fracaso.
Al sintomatizar la angustia, al apostar por la palabra como medio de tramitación y atravesamiento de la angustia, sin medicaciones que empujan al silencio, sin reeducaciones, la experiencia clínica “nos puede enseñar sobre la condición humana, sobre cómo se las arregla un ser hablante precisamente frente a la angustia” (Op. Cit.).
Si es necesario el uso de la medicación, convendría utilizarla “siempre que sirvan como medio para obtener otra cosa, es decir, para encontrar la causa de la angustia, lo que la provoca” (Op. Cit.). Si la medicación impide todo tipo de elaboración vía lo simbólico, vía lo que nos hace precisamente sujetos, la palabra, es condenar toda posibilidad de atravesamiento de la angustia al fracaso.
Al sintomatizar la angustia, al apostar por la palabra como medio de tramitación y atravesamiento de la angustia, sin medicaciones que empujan al silencio, sin reeducaciones, la experiencia clínica “nos puede enseñar sobre la condición humana, sobre cómo se las arregla un ser hablante precisamente frente a la angustia” (Op. Cit.).
Auspicia: U.N.P.A – U.A.R.G – Colegio de Psicólogos de Santa Cruz – Biblioteca Austral de Psicoanálisis
Informes: (02966) 15459476 – 15690793
E-mail: bapriogallegos@gmail.com
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